sábado, 5 de abril de 2008

PARTE TRES: OCTUBRE NEGRO DE 2003

"CRÓNICAS DE UN DESCENSO AL INFIERNO"

Familias perdieron todo por atender a sus heridos en los hospitales. Emergencias de estos fueron rebasadas por la cantidad de heridos. Sacerdotes golpeados por defender a civiles y buscar pacificar


Darwin Pinto
!!Ta, ta, ta, ta, ta!!, fue lo último que escuchó antes que el terror lo dejara sordo. Estaba borracho, poniendo piedras sobre la avenida Bolivia bajo la fría tarde alteña, cuando sintió como si un palo de fuego le rebatiera las entrañas. Atolondrado, no por el alcohol que le daba valor, sino por los gritos de la gente que corría en todas direcciones, por los arcos de humo que dejaban a su paso las granadas de gas lacrimógeno, por el ¡¡ta, ta, ta!! que venía de todas partes y dejaba a la gente gritando en el suelo; a los tropezones corrió diez cuadras desde Río Seco, donde el ejército y un avión de la Fuerza Aérea disparaba contra la gente, hasta la Ceja de El Alto, donde le dio vueltas la cabeza y se desplomó entre las piedras, el vidrio molido y las chalas vacías de balas de guerra.
“No sé por qué estaba bloqueando”, dice Alberto Reinoso (19), desde su cama en el hospital Boliviano Holandés de El Alto. La bala no le tocó ningún órgano, por lo que tendrá un impedimento de 90 días antes de volver a su oficio de cargador de mercado. “Lo mejor es que no tengo familia. Así me las arreglo con un pan al día”, dice.Natalio Condori (45) sí tiene familia. Perdió su trabajo de chofer por estar junto a su hijo, herido el sábado 11 de octubre en la Ceja de El Alto, cuando volvía de la universidad.

“A mi hijo una bala le rompió el hueso de la pierna. Lo peor es que mi hijo mayor está en el cuartel y no sé si lo habrán obligado a matar gente, no sé si ha sido él quien disparó contra su hermano”, dice Natalio, sumido en la incertidumbre de si el gobierno indemnizará a los heridos y muertos. Él no tiene para pagar. Américo Condori tampoco puede pagar, ha sacado al crédito el féretro para enterrar a su esposa, prefiere no seguir hablando, tiene motivos.

Un médico del hospital Sagrado Corazón de El Alto, que pide guardar su identidad, dice que los días del conflicto, tanto en ese hospital como en el Boliviano Holandés, no daban abasto para atender la cantidad de heridos que llegaban, y eran pasados de inmediato al quirófano. “Hacíamos hasta 20 cirugías al día, casi sin material, ni anestesia debido al bloqueo. Los equipos de especialistas estaban rebasados y la atención colapsaba ante la cantidad de gente que pedía ayuda. La mayoría de heridos era llevada al hospital de clínicas de La Paz.

Teníamos que pedir a la gente que nos regale combustible para las ambulancias. Los médicos no querían venir por temor a agresiones en la calle, había que traerlos en ambulancias con banderas blancas”, dice. “Tenemos un paciente desequilibrado que a los gritos da vivas a Banzer”, agrega el administrador del hospital Bolivano Holandés, quien confiesa que su lote de medicamentos colapsó por el conflicto. El tramo de El Alto a La Paz era un problema para las ambulancias, al punto que la turba destruyó una que era del grupo SAR.

“Llevábamos heridos con las sirenas sonando y los bloqueadores nos paraban para ver si el ejército nos había metido armas. En la autopista, en medio de un infierno de piedras y llantas humeantes que no dejaban ver, los militares nos revisaban también. Por esa demora, algunos heridos no llegaron con vida al hospital de clínicas”, asegura el conductor de ambulancias, Javier Colque, quien recogió de Río Seco al cuerpo herido del voluntario Joaquín Coca (17), alcanzado por un tiro en la pierna cuando rescataba heridos para subirlos a las ambulancias en esa zona.
“Sé que mi herida no fue en vano, ahora se fue el presidente y hay la oportunidad de reconstruir el país”, dice Joaquín, desde su cama de convaleciente, mientras su madre llora. Ella tiene tres niños más a quienes ha dejado solos en El Alto. “No sé cómo pasó esto. Mi hijo sólo rescataba heridos porque es voluntario de la Iglesia”, dice Martina Huallpa, madre de Joaquín.

Sí, la Iglesia tuvo su parte en este conflicto y recibió golpes como todos. Al párroco de la iglesia San Juan Bautista, de Senkata en El Alto, Modesto Chino, recibió un impacto de balín en el pie izquierdo y fue golpeado por los militares cuando intentaba evitar la tortura de hombres y mujeres capturados en las escaramuzas. “Estaba celebrando misa cuando escuchamos los tiros, salimos a pacificar a las partes, pero no se pudo, después de los golpes, agarramos la ambulancia de la parroquia y trasladamos a 17 heridos y cuatro muertos a La Paz. Ahora pedimos una paz próspera con justicia social”, dice este orureño, hijo de mineros de Siglo XX.

El padre austriaco Sebastián Obermayer, casi un símbolo de El Alto, fue agredido por la turba cuando en la ambulancia de la parroquia Cuerpo de Cristo llevaba heridos y muertos a La Paz. “Ningún soldado entrenado dispararía a la gente. Eso provocó la rabia popular que llegó a insultarnos porque una de nuestras ambulancias era de defensa civil. Esto es responsabilidad del gobierno, que nunca explicó en qué consiste esta venta del gas, y los aimaras, con su tremenda organización, han dado una lección de que la ley del pueblo es la ley de Dios”, dice con el rostro cansado. En su ambulancia han llegado periodistas internacionales. “No pensé conocer Bolivia, ahora sé que no la olvidaré”, comenta Pablo Salas, redactor de la agencia británica de noticias Reuter. Vio la ruptura de vidrios de vehículos de prensa a manos de los mineros llegados de Ventilla el primer día del paro, y vio la muerte regada por las calles de la ciudad más pobre de Bolivia.Sentado en El Prado, el fotógrafo cruceño de la agencia France Press, (no sé por qué todos piden reserva) recuerda que el lunes 13, en Santiago Segundo, entre Senkata y la Ceja, fueron tiroteados.

“Estábamos con los militares, se dieron vuelta y nos dispararon. Nos tiramos atrás de un cerrito y de tantos tiros la tierra nos salpicaba en la cara. Eramos fotógrafos de AP, EFE y Reuter, pensamos que no salíamos vivos. Pasó todo, y salimos por otro lado”, recuerda. Agrega que lo más duro que vio fue al día siguiente, cuando en la avenida 16 de Julio de El Alto, de un tiro le volaron la cabeza a un tipo.

Arturo Choque y Rubén Atahuichi, dos de los periodistas de La Prensa de La Paz, que cubrieron el conflicto, coinciden en que lo más duro fue ver gente herida regada en las calles. “¿Cómo le podes explicar lo que pasa a aquellos que han perdido a un ser querido?, reflexiona Choque, mientras Atahuichi dice que después de que pasa el fragor del enfrentamiento, surge en la cabeza del periodista la pregunta: ¿qué carajos hacía yo ahí?.Choque recuerda: “Pasada la medianoche del miércoles, la red Erbol se disponía a cerrar la emisión, pero la gente llamaba y pedía que la radio no se fuera. La gente llamaba para denunciar que los militares disparaban, golpeaban a las puertas de las casas, que los niños se escondían bajo las camas. Llamó un hombre que decía que estaba junto a su niño, su mujer y al niño que estaba por nacer, y se puso a llorar. Llamó una señora para decirle a Goni: por favor, renuncie. Piense en que tiene hijos y nietos, no manche su apellido con más sangre, usted ya va a morir, pero su familia va a sufrir esta vergüenza por siempre”.

Hernando Flores, del diario La Razón, dice que recibió azotes en la radio San Gabriel de El Alto, mientras que en el cuartel campesino de Calachaca (cerca de Achacachi en La Paz), estuvieron a punto de golpearlo. “Me vieron medio blanco y empezaron a insultarme. Encendí la grabadora y les dije que se quejen contra el gobierno, que hagan lo que quieran. Les dije que yo hablaba aimara y les mostré mi carnet para que vean que mi apellido, Flores, es aimara. Eran 5.000 campesinos, y yo estaba solo”, recuerda.

El periodista Roberto Charca y su fotógrafo Jesús García, del diario El Alteño, durante el conflicto recorrieron a pie El Alto e incluso debían bajar a pie hasta La Paz para dejar el material en el diario La Prensa, ya que las oficinas de El Alteño estaban cerradas para evitar ser blanco de la violencia. “Estábamos en un puente frente al aeropuerto, esperando el avión en el que se fugaba el presidente, cuando los militares nos encañonaron y nos obligaron a bajar”, recuerda Charca. Ambos tenían que lidiar con campesinos que los acusaban de espías del gobierno, mientras los militares desconfiaban de ellos porque podían ser infiltrados. El Alto desabastecido de alimentos, donde la gente que puede regala comida a quien necesita. Agustín Mamani (51) afirma: Decían que Bolivia era un mendigo sentado en un trono de riqueza, ahora, si regalamos el gas, seremos mendigos sentados en un trono de mierda.


Los muertos de Goni

Chapare/Enero 2003
Enfrentamientos entre erradicadores y cocaleros. Siete muertos.
Sucre/Enero 2003
Enfrentamientos entre erradicadores y cocaleros. Dos civiles y un policía fallecidos.
Oruro/Enero 2003
Marcha de jubilados. Seis jubilados muertos.

La Paz/febrero negro 2003
Enfrentamientos entre policías y civiles contra militares. El 12 de febrero mueren diez policías, cuatro militares y cinco civiles en la Plaza Murillo. Al día siguiente, en la plaza San Francisco de La Paz fallecen en choques una enfermera, un obrero y otros dos civiles. El mismo 13 de febrero, en El Alto mueren 7 civiles, mientras que en Cochabamba fallecen otros dos en enfrentamientos con los uniformados.

Chapare/junio 2003
Ingresan soldados erradicadores a los sembradíos. Dos soldados fallecen por causa de cazabobos (explosivos activados por presión).
Santa Rosa de Sara (Santa Cruz)/ julio 2003
Uniformados agreden a vecinos que exigían una carretera. Un muerto y nueve heridos civiles, además de dos uniformados heridos.

La Paz/ octubre
Guerra del Gas. Choques entre vecinos de El Alto, La Paz, Cochabamba y mineros, contra militares. 45 muertos (un soldado de Charagua) y 54 heridos.

No hay comentarios: