viernes, 11 de abril de 2008

CRÓNICAS DESDE LOS SOCAVONES DEL DIABLO


Darwin Pinto

De la boca del diablo sale el humo azul de seis cigarros sin filtro que terminan en una punta de brasa roja.
De la boca verde y sin dientes de los mineros que le rinden tributo en las profundidades de las minas de plata de Potosí, sale un vapor helado y blanco con olor a coca que se pega a la piedra cortante de las minas, piedras heridas a fuerza de dinamita y martillazos desde hace siglos.
“Ese humo sale de la gente cuando el fuego de la vida se va apagando en los pulmones”, dice Joan Puma, minero de 35 años que parece de 60, que ha llegado junto a 12 colegas a la gruta del diablo a pedirle que acepte a un nuevo minero.
Arrastrándose entre las galerías de roca filosa, cuyos bordes hambrientos hacen harapos la ropa y cascos de los mineros, éstos hombres y sus abuelos han arañado las piedras para no caer en los abismos que se abren como bocas feroces en el suelo siempre mojado de las galerías subterráneas y han llegado hasta este espacio pacífico en el fondo de la tierra donde rendirán su tributo de coca, cigarros y alcohol al diablo.
Así, el ángel rebelde vencido por el Dios de los blancos, y condenado a vivir en las minas oscuras, les dará más vida, más plata y los protegerá en los pasadizos oscuros, de los derrumbes y gases venenosos que, sólo en 2002, cobraron 30 vidas de mineros, según dice Puma.
“Dios no se acuerda de las minas porque, como el infierno o los muertos, estamos bajo la tierra. La cristiandad se acaba hasta donde llega la luz en la entrada de la mina. Ahí está el Tatacajchu, una cruz que evita que el diablo se salga del cerro, pero que no sirve de nada cuando en carnaval el Tío va a la ciudad a celebrar su cumpleaños. Entonces los mineros sacan esa cruz en procesión para proteger a los potosinos de las travesuras del ángel malo”, agrega Puma, cuyos antepasados, según dice, emergieron del cerro como topos de piedra para construir la independencia de Bolivia (1825), para defenderla de Chile (1879), pelear contra Paraguay (1932), construir la revolución de 1952 y resistir a las dictaduras en el cerro sagrado, donde los hombres de las minas se reúnen desde hace siglos para ganarse la vida y la muerte.
“Pijchando frente al diablo se incubaron las ideas de resistencia a las dictaduras, porque aquí, si los espías entraban, el Tío los perdía en los túneles subterráneos. Para hallar la salida, se hace un ritual en el que el Tío acepta o no al intruso”, agrega Aldo Quino, minero de manos de piedra y ojos que ven donde los otros no ven.Para hacer un ritual de iniciación de un nuevo minero, los obreros de las profundidades se han reunido. Wilber Choque entra por primera vez al cerro. Su padre ha muerto por un derrumbe, y como hijo mayor, tiene el orgullo de tomar el lugar del fallecido. Para eso debe ofrendar su mejor coca, alcohol y cigarro al diablo. Si éste lo acepta, entonces encontrará las apetecidas venas grisáceas de plata entre las tripas de piedra abierta del cerro. Si no, deberá irse de inmediato.

Mientras el aprendiz se prepara para esta iniciación, el diablo mira con sus ojos transparentes (dos bolas de vidrio), al resto de los mineros que comparten la coca, el alcohol y el cigarro. Tiene la boca y nariz negras por el hollín de los cigarros de ofrenda y sus bíblicos cuernos de chivo intimidan a los presentes, mientras sus puntiagudas orejas se aguzan para atrapar los lamentos de indios muertos a latigazos en el pasado, y los suspiros de los vivos que fluyen como agua entre los laberintos asfixiantes de las minas. Tiene las manos expertas en cavar la piedra, puestas sobre sus rodillas, y en los pies lleva botas de minero. El diablo (los aimaras no podían decir Dios y decían Dío, de ahí degeneró a Tío), es también un minero, por eso bebe, coquea y fuma. Pero no trabaja, él cuida.
El diablo de la mina, hecho de arcilla y pintado con ocre del cerro por el minero más viejo, es una mezcla entre la religión cristiana y andina. Tiene el rostro europeo, ojos claros, nariz aguileña y barbas. Es un español enano, rojo y con cuernos. Así los mineros vengan a sus antepasados mitayos, muertos a latigazos en las minas, donde ellos ahora arriesgan la vida. Para seguir burlándose, los obreros del cerro llaman al diablo con nombres españoles como Jorge o Juan. El toque andino en el Tío de la mina es su pene de barro, que simboliza la fertilidad del cerro.
El ritual de iniciación empieza. El comensal minero echa alcohol en los ojos del Tío para que éste le haga ver la plata entre la piedra; le moja los hombros, para que le dé fuerza al cargar el metal; le llena de alcohol las manos, para que el Tío guíe las suyas sobre el mineral y le echa alcohol al pene, para que el Malo fertilice a la Pachamama. Así habrá más plata.
El minero primerizo, también lleva grasa de llama para obtener una salud capaz de soportar los peligros de la mina, un sullo (feto) de llama para la fertilidad; y serpentina de carnaval, para alegrar al diablo.Luego de la ofrenda, el iniciado pide permiso al Tío para beber alcohol, y lo pasa a los mineros siempre por la derecha, para conseguir su amistad. El más antiguo de los mineros, reparte la coca por la derecha, y los otros la reciben extendiendo ambas manos en señal de gratitud. Recibir la coca con una mano, significa desprecio. “Por la derecha, porque hacia ese lado gira el mundo y el brazo derecho es fuerza y vida”, señala Juan Carlos Genio, guía que nos ha metido por túneles estrechos como cuevas de animales hasta llegar a la gruta del ritual. Los socavones han cambiado. En la colonia eran rectilíneos y amplios con arcos de medio punto sosteniendo las galerías.
En la república, las galerías se volvieron caóticas e incómodas y se construyen a medida que el minero persigue la vena de plata a punta de dinamita.
En el ritual, los mineros leen su suerte en la coca, cuya cara superior es lo bueno y el reverso es lo malo. Pasan la lengua por la hoja, se la pegan a la nariz, soplan por la boca, y según del lado que caiga la hoja, la respuesta será positiva o negativa. Piden permiso al Tío para la primera fumada con la que pedirán un deseo. Luego colocan el cigarro en la boca del ángel caído. Si el diablo se lo fuma todo y deja ceniza blanca, ha aceptado al minero. Si lo deja a medias y con la punta negra, entonces el primerizo ha sido rechazado y debe dejar la mina, si no, los más de 10.000 diablos del cerro lo perseguirán en la oscuridad para siempre.En todo el ritual, los obreros han estado pendientes a la flamita de acetileno (mezcla entre el carburo de calcio y agua) que les alumbra el camino y les bailotea en los cascos. “Si ese fueguito se apaga, debemos salir corriendo porque hay gases venenosos mortales que se forman cuando el óxido de algunos minerales se combina con el agua que escurre por las paredes”, explica el guía.

La coca, además de ser clave en el ritual, también sirve como filtro de los gases nocivos, atrapando en su textura las partículas del gas, que luego es expulsado con los escupitajos del pijcheo. Pero la coca también sirve para darle la hora al minero que pasa todo el día en la oscuridad de los socavones. “Cargamos un bolo al entrar a la mina en la mañana, cuando se seca en la boca salimos y ya es mediodía”, explica Fulgencio Lora, y remata que hay obreros que tienen una numerosa familia y trabajan hasta 24 horas corridas sin alimentarse, ni tomar agua, soportando la desnutrición. “La coca es lo único que consumimos y por eso la queremos tanto”, dice. El contacto con el asbesto les produce cáncer de pulmón, por lo que la vida activa de un minero es de 15 años, y su esperanza de vida es de 45 años.

Según los mineros más veteranos, antes la pureza de plata era de 90%, hoy es del 5%. Por ello cada grupo de cinco mineros junta 8 toneladas de mineral, que llega a tener un costo de entre Bs 600 y Bs 1.500. Mientras los adultos se revuelcan en combates diarios para ganarse unos pesos, los niños también. Los pequeños se sorprenden de todo. Miran con asombro la cámara fotográfica, tocan con curiosidad de gatitos la grabadora, y luego, estos niños de entre 5 y 12 años, se acuerdan de que deben vender en Bs 5 esas piedras de colores que extraen de la mina, para que haya algo que cenar en la casita de adobe alumbrada por un mechero de acetileno, en el campamento cenizo a los pies del cerro.
Pero si se sorprenden del color de ojos de los turistas y de que la gente tenga pelo en la cara, más se sorprenderían de saber que la minería que ellos practican, junto a la prostitución y la zafra cañera, son las tres peores formas de explotación infantil según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Esta entidad afirma que en el cerro de Potosí trabajan unos 6.500 niños de entre cinco y 16 años.A Carlos, lo encontramos perforando a mano la piedra para poner una dinamita. No contesta cuál es su edad, luego responde: 22. Un conocido de él, por lo bajito desmiente: “Tiene 16 años. Dice que tiene 22 porque está prohibido que menores a esa edad trabajen aquí”, señala.
Según el alcalde de Potosí, René Joaquino, con $us 1,5 millones, una ONG de EE.UU. aplicará un proyecto de erradicación del trabajo infantil. Joaquino reconoce que será difícil sacar a los niños de las minas porque “tienen mentes de hombres”, que preferirán ganar los Bs 200 que ganan a la semana para ayudar a sus familias en las minas, en vez de perder tiempo y dinero sentados en una escuela. “Van a la escuela cansados, se duermen y odian el estudio porque no entienden. A los 15 años se casan, a los 18 tienen hijos que harán lo mismo que ellos”, dice Joaquino. Para cortar este círculo, agrega que darán desayuno y capacitarán a los menores en plomería y carpintería.
La desnutrición facilita que la contaminación producida por las cabezas de ingenio causen diarrea y vómito a los niños. “En la mina Pailaviri hay un 40% de niños desnutridos y en las escuelas todos tienen bichos. Los animales beben agua contaminada, y luego esa carne la comen los niños”, agrega el titular de salud municipal, Manuel Canaviri.¿Y qué querés ser de grande?, preguntamos a Walter, un vendedor de piedras del cerro: “Minero como papá”, contesta cansado y feliz.

Pachamama contra la mujer por amor al Tío
Las mujeres tienen vetado el ingreso a los socavones porque, según dicen los mineros, son portadoras de mala suerte para la explotación de la plata.En realidad, tal prohibición se debe a una cuestión de celos. Según la tradición, si una mujer entra a la mina, el diablo puede enamorarse de ésta y dejar de fecundar a la Pachamama (madre tierra), lo que causaría una escasez de plata.Si, en cambio, el Tío no se interesa por la mujer que entró en el cerro, entonces la Pachamama puede sufrir un acceso de celos y dejar de abrir sus entrañas para que el diablo la fecunde. En cualquier caso, los que salen perdiendo son los labradores de la panza del cerro, que en el pasado han sufrido la sequía del mineral y lo han atribuido a la presencia de alguna mujer en los socavones, según afirman los propios mineros que guardan con celo, esta tradición. Pero cada regla tiene su excepción.“Hubo casos en los que el minero moría y sólo dejaba hijas, por lo que la mayor debía tomar su lugar. Entonces el diablo veía a la mujer como un minero y no intentaba seducirla, como dicen que ha pasado en Potosí, donde mineros le han regalado mujeres vivas al diablo, a cambio de abundantes vetas de plata”, dice Zaida Marka, hija y esposa de minero, que observa a sus niños mientras estos venden trozos de minerales a los turistas en las bocas de mina del cerro. En la colonia, los españoles impedían que sus mujeres entren a las minas para que no vean y se impresionen con el trabajo inhumano que realizaban los mitayos (indígenas) en la extracción de la plata.“Cuando el diablo se emborracha, la Pachamama le suplica que salve a sus hijos mineros de los derrumbes. El la complace y la fecunda”, concluye doña Zaida.

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