sábado, 5 de abril de 2008

INUNDACIÓN

Darwin Pinto

Buitres secando sus alas al sol posados sobre vacas muertas que flotan sobre el río que se ha comido todo. Olor a carne podrida en el aire caliente de las tierras bajas llenas de agua, ruido de monte conteniendo la respiración, sensación de agua, primero fría (flotan montones de hormigas), luego caliente, ahora clara (se ve la vegetación sumergida), luego marrón y al fin color a guaraná.

Visión de animales ahogados aún bajo la costra del lodo y la corriente de agua que trepó paredes de las casas como una serpiente gigante, derribó techos y amenazó con matar a cerca de las 3.053 familias que perdieron todo en los municipios de Cuatro Cañadas, El Puente, Pailón, San Julián y Okinawa. Todo eso es lo que se ve en los lugares que desde el 26 de enero se convirtieron en territorio tragado por el Río Grande.

Caseríos como Los Laureles se han convertido en pueblos fantasmas, donde sólo se mueven los objetos que flotan sobre el agua que aún roe las bases de las casas de barro y techo de palma que todavía no se han desplomado. Pero, ¿cómo enfrentan los estragos de los elementos los hombres que sólo tienen por arma la fuerza de sus manos?: una canoa arrastrada por cuatro hombres mojados desde hace una semana, con los pies y manos partidos por el remojo y el esfuerzo, aparece en la desolación de Los Laureles, remando a ratos y a ratos bajando del bote con el agua al pecho para evitar así que la corriente los arrastre.Son hombres (padres que han dejado a sus esposas e hijos en los campamentos de refugiados) que han desafiado la zona de desastre para rescatar lo que aún se pueda.

Llegan al caserío después de cruzar primero los campos de lodo que se tragan las piernas hasta las rodillas, y luego flotando sobre alambrados y puentes vecinales que están bajo las aguas, enfrentan la corriente y cargan en la canoa lo que quepa en ella. Sillas, ropa, fumigadoras, perros, y el estandarte de la escuela 27 de Mayo de Los Laureles, la bandera nacional y la cruceña. Así, una y otra vez, los hombres vuelven lo más rápido posible por temor a otra riada, lo mismo ocurre en otras comunidades evacuadas. “Este río, que a muchos nos dio de comer, ahora se ha vuelto un enemigo”, dijo Gabriel Ipiaté, de la zona de Alto Perú, en el campamento de Cuatro Cañadas.Los 15.100 sobrevivientes de la ira del Río Grande que huyeron con lo que cabía en sus manos, ahora yacen apilados como prisioneros de una guerra perdida contra el mundo bajo las 200 carpas de Defensa Civil en siete lugares donde se habilitaron los campamentos para refugiados: Los Troncos, Cuatro Cañadas, San Julián, Villa Paraíso, Bolívar, Berlín y 2 de Agosto.“Yo salí con mis hijos cuando el agua ya se había subido a las camas, pero a una cuadra de mi casa había una mujer que estaba sentada en el suelo de su pahuichi, llorando, temblando, agarrándose la cabeza, confundida, sin saber qué hacer con sus hijos llorando aferrados a ella. Algunos nos volvimos y sacamos a todos casi a rastras”, dijo Benita Viquietá, vecina de Fortín Libertad, que ahora está en el campamento de Los Troncos viviendo en una carpa con sus tres hijos, su marido y tres familias más.

Desde que el río se desbordó la noche del 26 de enero, 3.053 familias pasan sus días en la dificultad de los campamentos, improvisados en canchas de fútbol, escuelas e ingenios abandonados. Allí, la insalubridad por falta de letrinas y agua para el aseo, y el hacinamiento, pueden causar en cualquier momento una epidemia, aunque ya hay casos de diarreas y enfermedades de la piel en chicos y grandes. De haber una epidemia, eso sería una cuenta más en el rosario de desgracias de estas familias de pequeños agricultores y peones de estancias, rosario ya formado por la pobreza que les tocó vivir, la falta de acceso a la salud, la educación y al trabajo pagado como es debido. Cuando el motor de un vehículo se detiene en la noche, en medio de uno de estos campamentos, los refugiados más afortunados empiezan a moverse, hacinados bajo sus mantas como gusanitos en su capullo. Los otros, los que aún están a la intemperie (la mayoría) se estiran, deshacen el ovillo de sus cuerpos con el que resguardan el calor en medio de lo helado de la noche y se levantan entre la oscuridad con movimientos de seres que vuelven a la vida acosados por el hambre, los mosquitos y la incertidumbre. Emergen de las sombras de las carpas de cuatro metros de largo por cuatro de ancho que comparten hasta seis o siete familias al mismo tiempo, y avanzan hacia el vehículo con aires de mendigos, esperando que de allí salga algo que les llene el estómago, ropa que les sirva para reemplazar los únicos trapos, sucios ya porque no hay agua para el aseo, que pudieron sacar cuando el río se volvió un gigante y arrasó con pueblos enteros sepultándolos bajo sus aguas.


Cronología de un desastre:
26 de enero. El desborde del Río Grande cobra su primera víctima. Un adolescente de 16 años muere ahogado en la zona comprendida entre las comunidades El Fortín y Madrecitas, en el municipio de Cuatro Cañadas.
29 de enero. Las lluvias causan estragos. El presidente, Evo Morales, se reúne con delegados de la cooperación internacional para evaluar los daños. Seis de los nueve departamentos del país han sido azotados por las lluvias que a esa fecha dejaron al menos 3.600 familias damnificadas y pérdidas materiales.
30 de enero. El presidente Morales pide ayuda de "emergencia" a la comunidad internacional para asistir a unas 50.000 familias de campesinos pobres damnificadas por los furiosos aguaceros que azotan el país.
31 de enero. El Presidente sobrevuela las zonas inundadas, donde se calcula que hay cerca de 5.000 damnificados y más de 11 mil hectáreas destruidas. Venezuela manda ayuda.
1 de febrero. Llegan 200 carpas de Defensa Civil. La Prefectura continúa enviando alimentos y algo de vituallas.
2 de febrero. Chile manda ayuda humanitaria, llegan los médicos cubanos y el río Grande sigue afectando Brecha Casarabe y amenaza San Julián.
3 de febrero. Ya hay siete campamentos en los municipios de San Julián y Cuatro Cañadas. En total, los refugiados suman unas 15.100 personas.
4 de febrero. El municipio de San Julián estima que serán 2.000 familias afectadas sólo en su área de responsabilidad y que se necesitarán unos $us 70 millones para reencauzar el río.

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