jueves, 10 de abril de 2008

VIUDAS, HUÉRFANOS, MUTILADOS Y OLVIDADOS EN CHAPARE


LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
(FRAGMNENTO)

Con el ascenso de Evo Morales al poder, la paz llegó a Chapare (cuartel general cocalero), pero la justicia se hace esperar. Hay cientos de víctimas, entre campesinos y uniformados. Se quejan de un abandono eterno.

Roberto Navia y Darwin Pinto
David Sapiencia escuchó los tiros y su cabeza retumbó como si le hubieran vaciado en ella un cubo de plomo ardiente y echó a correr hacia el lugar donde acababan de salir huyendo una bandada de pájaros.
Cuando llegó, empapado en sudor y mosquitos, cámara en mano se topó con cinco cocaleros heridos de bala, con la mirada perdida, con las manos tapando el hueco por donde se les había entrado el fuego y se les escapaba la vida. Los auxiliaban amigos y familiares gritándoles a la cara que: ‘No te mueras’, ‘Mirame a la cara’, ‘No, no te duermas carajo’, ‘Agarrate de mí, para que no te vayas’. Más allá, en ese ámbito verde-virgen matizado por el rojo abundante de la sangre entre el pasto, vio a otros cuatro cocaleros que ya estaban muertos, desbaratados como un castillo de naipes, boca arriba, de cara brillando al sol pese a la oscuridad de su raza, uno de ellos con los intestinos en las manos, como si los ofreciera de regalo, como si les diera su último abrazo de amor, dobladito como un feto, mientras los familiares de los caídos, llorando, en un castellano difícil, le contaban al fotógrafo que los habían agarrado a balazos, que ellos estaban desarmados, que sacara fotos carajo...

Entonces los militares aparecían de la nada. Rostros pintados, armados para la guerra, con aires de cazadores se acercaban a decirle que parara de tomar fotos y que se mandara a mudar de ese sitio en el que él (el fotógrafo) estaba sobrando. El lugar era la Senda Seis, en pleno Chapare, y David Sapiencia, aturdido por las imágenes que pasaban por su mente como si fueran una lluvia de meteoros, sin entender las palabras que le llovían en los oídos, después no daría crédito a lo que había captado su lente. Sapiencia ya tiene las fotos y opta por una retirada sigilosa. Los soldados aún no le han quitado la cámara que ha atrapado toda la escena.
Después sabrá que por haberse metido con una cámara en un lugar comprometedor, terminaría registrando un material para la historia. Pero no se arrepiente, aunque después, rendido ante la desesperación tras ser retenido por los militares, se anime a llamar llorando a su mujer, deseando no haber estado ahí, temiendo por su vida...

Últimas noticias de Chapare: una vez Evo llegó al poder, la paz se hizo en el trópico de Cochabamba, pero todo lo demás siguió igual: los campesinos lamiendo sus heridas, los huérfanos llorando a sus padres, la viudas trabajando el doble para suplir la ausencia del esposo y los muertos alejados de su descanso eterno por una guerra subterránea cuyos asesinatos de campesinos y soldados aún siguen impune.




LA SOMBRA DE UN PARAISO PERDIDO
Chapare ha sufrido una metamorfosis constante. De ser la capital de la droga en la época de los años 80, pasó a convertirse en la cuna de la violencia en los 90 y continuó así hasta no hace mucho. Chapare era tierra de nadie, un paraíso de los narcotraficantes, una tierra libre de los bribones adictos a vivir del trabajo fácil. También era una oportunidad para los comerciantes de chucherías, capísimos en venderles porquerías a los narcos, como joyas y relojes de fantasía que luego éstos les regalaban a sus amantes que escondían en las casitas de dos y de tres plantas, donde también guardaban los fajos de billetes y los paquetes de cocaína. Todo esto lo sabe Jaime Balderrama, porque él estuvo en Chapare en tiempos del narcotráfico, y aún sigue ahí. Ahora tiene 69 años y todavía vive de vender periódicos.

En la época de los 80 le iba mucho mejor porque sus clientes le compraban entre cuatro y cinco ejemplares. "No es que los de antes hayan sido grandes lectores", aclara Balderrama, que sabe que los periódicos eran cotizados porque había la creencia de que la cocaína secaba mejor si se la envolvía en los periódicos, cuyas letras y fotografías en blanco y negro estaban cargadas de tintas químicas.Balderrama ahora es un anciano que camina a paso lento con un paquete de periódicos bajo el brazo. Camina por las calles de Villa Tunari, de Shinahota, y de vez en cuando siente añoranzas. "Ahora estos pueblos no son ni la sombra de lo que fueron", dice y apunta a una de las casas de dos plantas de Shinahota, que a simple vista parece abandonada.

Salustiano Gómez, otro poblador de Shinahota, sabe que esas casas no están abandonadas, pero por las fachadas descuidadas y las inservibles antenas parabólicas que parecen esqueletos de aves extrañas, dice que lo que queda de los pueblos de Chapare puede ser catalogado como ruinas perfectas. "Si usted hubiera visto las avionetas que aterrizaban cerca de acá, de donde bajaban hombres vestidos de blanco con maletines de cuero y luego subían el cargamento que hoy es penado por ley, hubiera pensado, al igual que yo, que ese auge de dinero, de drogas y de derroche nunca iba a terminar", dijo Gómez. Pero no sólo acabó, sino que a medida que los organismos internacionales iban exigiendo que el país se liberara del flagelo del narcotráfico, se fue instaurando una política contra las drogas y las plantaciones excedentarias de la hoja de coca. De esa lucha, entre Gobierno y cocaleros, salió Evo Morales y se coronó como el defensor a muerte de la llamada 'hoja sagrada'.
Pero también, por esa guerra de baja intensidad, campesinos, militares, soldados y policías, que detrás del uniforme se escondían personas tan campesinas como los cocaleros. De aquel paraíso, donde todo lo ilícito estaba permitido, quedan los pueblos cercanos a la carretera asfaltada (que une Santa Cruz con Cochabamba) y los recuerdos de las muertes cuando se mataba por ajustes de cuentas o a título de la erradicación de la hoja de coca.

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